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Ilia Oyarce: Una vida de acogida y amor
        Un caso televisado de una niña fallecida en una residencia del Se-
        name marcó un antes y un después en la vida de Ilia Oyarce. Aque-
        lla noticia la conmovió profundamente y la llevó a investigar sobre
        las familias de acogida. “Sentí que no podía quedarme indiferente”,
        recuerda. Así, junto a su esposo, iniciaron el proceso de inscripción,
        entrevistas y evaluaciones, que culminó con la llegada de su primer
        pequeño acogido: Alex, de 8 meses.
        “Fue como un embarazo de 10 meses”, dice Ilia. Cuando Alex llegó,
        lo tomó en brazos y él se aferró fuertemente a ella. Desde enton-
        ces han pasado cuatro años y medio de aprendizajes, emociones
        y desafíos, en un camino donde la empatía y la paciencia se han
        convertido en pilares. Paralelamente, hace dos años nació sorpresi-
        vamente su tercer hijo biológico, Santiago, lo que reafirmó en ella la
        certeza de que los planes de Dios eran distintos a los suyos.
        Ilia comparte que el acogimiento no siempre es fácil: hay dificulta-
        des, procesos largos y despedidas que duelen, pero también hay
        amor y propósito. “Nada ha sido casualidad. Alex continúa con no-
        sotros con un propósito”, afirma.
        Convencida de que los cambios parten desde uno mismo, Ilia sos-
        tiene que la empatía y la generosidad engrandecen a las personas.
        Por eso hace un llamado a mirar más allá del propio ombligo y reco-
        nocer las necesidades del sistema de protección infantil. “Mi familia   Marjorie Mallea: El amor como forma de resistencia
        no es especial ni extraordinaria —dice—. Si yo pude ser familia de   La historia de Marjorie Mallea Colina es la de una mujer que
        acogida, tú también puedes intentarlo”.                convirtió la adversidad en vocación y el dolor en acción. Su
                                                               infancia estuvo marcada por la presencia de su tío Leonardo,
                                                               quien vivía con una discapacidad severa. Desde pequeña co-
                                                               noció la fuerza que hoy la define: la capacidad de cuidar, resis-
                                                               tir y transformar.
                                                               En la adolescencia debió asumir roles de adulta antes de tiem-
                                                               po, acompañando a sus hermanos y enfrentando las comple-
                                                               jidades de la salud mental de su madre. A los 19 años se con-
                                                               virtió en madre de Anaís, hoy psicóloga, y a los 26 nació Sofía,
                                                               quien cursa cuarto medio. Más tarde llegaría Dante, su hijo me-
                                                               nor, diagnosticado con TEA, quien le enseñó a ver la vida con
                                                               nuevos ojos y a celebrar cada logro como un milagro. Desde
                                                               hace más de trece años comparte su vida con Sergio, su com-
                                                               pañero de ruta, y con su suegra Patricia, un pilar fundamental
                                                               en su vida familiar.
                                                               Su vocación profesional se forjó al compás de la maternidad.
                                                               Estudió Trabajo Social mientras trabajaba y criaba, titulándose
                                                               como Asistente Social y especializándose en mediación fami-
                                                               liar, peritaje social, gerontología y coaching. Uno de sus hitos
                                                               fue el desarrollo de proyectos para cuidadores, donde combi-
                                                               nó herramientas prácticas con apoyo emocional. De esa expe-
                                                               riencia nacería más tarde el proyecto que lleva su sello: Círculo
                                                               de Cuidado, un espacio creado para visibilizar, acompañar y
                                                               fortalecer a quienes ejercen el rol de cuidar, muchas veces en
                                                               silencio.
                                                               “Ser cuidadora no debe significar dejar de cuidarse”, repite
                                                               como una certeza que guía su propósito.
                                                               Asumió  la  jefatura  regional  de  Ñuble  en  Capredena  y  hoy
                                                               Marjorie se siente profundamente parte de esta tierra. Aquí ha
                                                               encontrado redes, afectos y la convicción de que el amor y la
                                                               solidaridad son la mayor forma de resistencia. Su vida es tes-
                                                               timonio de que del cuidado también nacen transformaciones
                                                               profundas, y que visibilizar a quienes cuidan es un acto de jus-
                                                               ticia y de amor colectivo.

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