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Collage digital: @jenovevadraws
El sesgo de género en los diagnósticos de autismo
Por Ximena Calbacho Prat /Psicóloga infanto-adolescente / Orientación familiar.
esde los inicios de mi trabajo en Fundación MiTEA, he tenido la oportunidad de acompañar diariamente a niñas,
niños y adolescentes, así como a sus familias, en procesos de evaluación, diagnóstico y apoyo terapéutico. Esta
experiencia me ha permitido observar de cerca cómo las mismas características, cuando aparecen en niños, sue-
Dlen interpretarse como posibles señales de autismo, mientras que en niñas se leen como rasgos propios de su
género o de su personalidad. Así, lo que en un niño despierta preocupación clínica, en una niña muchas veces se romantiza
o se suaviza, invisibilizando necesidades que requieren atención.
He visto cómo, frente a conductas como la rigidez cognitiva, el aislamiento social o los intereses restringidos, se encienden
rápidamente las alertas cuando se trata de un niño. En cambio, cuando es una niña quien manifiesta esas mismas conductas,
suelen ser catalogadas como perfeccionismo, timidez o sensibilidad. Este filtro sociocultural genera un sesgo que no solo
retrasa los diagnósticos, sino que también impacta profundamente en la narrativa personal que las niñas construyen sobre
sí mismas: terminan creyendo que son “exageradas” (cuando a veces los estímulos las invaden), “soñadoras” o “demasiado
sensibles”, en lugar de comprender que procesan el mundo de un modo distinto.
En la práctica clínica, esto se traduce en que muchas niñas llegan a la consulta tardíamente, ya en la adolescencia, cuando
el camuflaje social que sostuvieron durante años comienza a quebrarse frente a las crecientes demandas del entorno.
Entonces aparecen cuadros de ansiedad, depresión y sentimientos de soledad, que suelen ser la puerta de entrada al
diagnóstico. Esta diferencia en los tiempos y formas de detección no habla de que el autismo sea distinto en niñas y niños,
sino de que como sociedad aún miramos su expresión a través de lentes teñidos por el género.
Mi reflexión, nacida de la experiencia diaria con estas familias, es que necesitamos despojarnos de los estereotipos que
distorsionan nuestra lectura del comportamiento infantil. El autismo no tiene un color ni un molde. Reconocer el sesgo
cultural en la interpretación de las conductas es el primer paso para avanzar hacia diagnósticos más justos y oportunos. Si
logramos mirar sin prejuicios, podremos acompañar mejor a niñas y adolescentes que, durante demasiado tiempo, han sido
invisibles dentro del espectro, y darles el lugar y el apoyo que siempre debieron tener.
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